El espacio en el que se asienta recupera un antiguo edificio del siglo XVIII, un lugar que ha sido testigo de innumerables generaciones y que encarna la esencia de la arquitectura mediterránea, resistente al paso del tiempo.

El agua, el patio y la luz impregnan cada rincón, creando un refugio que escapa a la homogeneidad global sin renunciar a las herramientas que aporta la diversidad.

Una sutil intervención renueva el paisaje arquitectónico de la calle y del edificio, transformando lo vernáculo en lo contemporáneo. Este diálogo entre historia y vanguardia refleja la aceleración del cambio social en un territorio en expansión.

Aquí, como ya ocurrió en la España de los años ochenta, el patrimonio se incorpora al debate arquitectónico moderno. Las tendencias minimalistas juegan con la seducción de las formas, desdibujando los límites entre interior y exterior mediante veladuras que resaltan las tipologías constructivas del entorno.

En este lugar, la armonía de los espacios invita al sosiego necesario para proyectar, planificar y repensar nuevas formas de habitar, responder a necesidades y enriquecer las sensaciones.

Una idea, una realidad.